miércoles, 28 de marzo de 2012

2007. Noviembre.

Un sonoro bofetón impactó en su cara. Vino de espaldas como los cobardes, pero no de sorpresa, pues lo llevaba esperando desde que entró por la puerta de casa y nadie contestó a su temeroso "hola".
Aunque sabía que lo iba a recibir, en el momento se le cortó la respiración y las lágrimas se agolparon en sus ojos. Eran lágrimas de impotencia, de frustración y de rabia, pues sabía que ese golpe iba cargado de odio y furia que, al no poder dirigirse a la persona adecuada, había terminado recayendo en ella.
En cuanto se quedó sola en la habitación buscó en el suelo los pendientes que se habían desprendido de la oreja por la fuerza del impacto. Temía que ella entrase de nuevo mientras los buscaba, pues si la veía preocupándose por algo tan banal como unos pendientes la abofetearía de nuevo. Por suerte consiguió encontrarlos y volvérselos a poner antes de que entrase otra vez. Sentía que la cara le ardía, en parte por el golpe y en parte de  ira, pero se tragó su orgullo y evitó mirar hacia atrás, mientras pensaba que el verdadero infierno no había hecho más que empezar.

2 comentarios:

  1. Aunque viva mil años, no podrás perdonarme. Ni quiero que lo hagas. Así no me olvidaré de uno de los episodios más pésimos de mi vida.
    Te quiero.

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Residuo de pensamiento