viernes, 7 de diciembre de 2012

Cosas que pasan en el metro.

Había sido un día muy duro, y estaba deseando salir del trabajo para llegar a casa y descansar. Ese día había estado un poco torpe (algo más de lo habitual) y se había llevado un buen rapapolvo de su jefe, así que fue un gran alivio para ella el poder fichar, cambiarse de ropa y entrar en el metro donde podría desconectar un rato antes de llegar a casa y poner la radio. 
No solía llevar ningún libro ni mirar el móvil como la mayoría de la gente, ya que le gustaba observar a los viajeros. Eran todos tan distintos en tantos aspectos... Hasta que reparó en el chico que iba sentado a su lado.
No era guapo, pero feo tampoco. Era una de esas personas con ese je-ne-sais-quoi que atraen inexplicablemente a unos pocos. Tampoco es que fuese vestido de una forma especial, unos vaqueros anchos y una sudadera eran su indumentaria. Y, al igual que ella, no llevaba auriculares, ni libro, ni móvil en la mano. Sólo observaba.
Y así, de esta forma tan tonta, sus miradas se cruzaron, se sostuvieron por un instante y se reflejaron en la tímida sonrisa que apareció en los labios de ambos, volviendo en seguida la vista hacia el suelo, avergonzados.
Cuando por fin cerró la puerta de casa tras de sí soltó un hondo suspiro, se descalzó, encendió la radio y se tumbó en el sofá, esperando a que empezase su programa. El programa que presentaba aquella voz tan cálida y reconfortante que la ayudaba a olvidar todos los problemas y preocupaciones del día a día. No tuvo que esperar mucho, a los dos minutos ya sonaba la sintonía del programa.

-Buenas tardes un día más, soy Marcos Vega y estás escuchando El Punto de Desvío. Relájate porque empezamos.


Casi se pasa de parada. Iba tan ensimismado, mirando al suelo, pensando en ese breve contacto visual tan especial que por poco se despista y aparece al final de la línea. Encima que ya va apurado de tiempo...
Enfila la calle recta a buen  paso, no puede llegar tarde a trabajar, pero mientras camina sigue pensando en la chica del metro. 
Por fin llega al edificio, saluda al recepcionista que le contesta con un gesto amable y sube corriendo las escaleras. Mira el reloj de la pared: las cinco y veintiocho. Justo a tiempo. Entra, se sienta, se pone los cascos y respira hondo. Mientras el técnico le hace una señal con la mano, su subconsciente dedica un último pensamiento a la  chica de la mirada. Sonríe y empieza a hablar.

-Buenas tardes un día más, soy Marcos Vega y estás escuchando El Punto de Desvío. Relájate porque empezamos.