De camino a casa se acordó de que no las había cogido después, se lo dijo a su madre y fue corriendo a por ellas, aunque su madre le dijo que tuviese mucho cuidado y que no hablase con desconocidos.
Al llegar, encontró al lado del río a un señor mayor con un saco muy grande cargado a la espalda, que al ver lo nerviosa que estaba, le dijo:
-Niña, ¿buscas algo?
-Sí, unas pulseritas que he dejado debajo de esa piedra para no perderlas.
-¡Ah, son tuyas! Pues verás, las he visto cuando pasaba y las he guardado en este saco. Asómate a ver si las encuentras.
La niña se asomó, tanto que el viejo, de un empujón, la metió en el saco y lo cerró muy rápido para que no escapase. La niña empezó a gritar, pero el viejo le dijo:
-Como hagas lo que te diga, iré a tu casa y mataré a tu madre.
La niña se calló, pero tenía mucho miedo por lo que pudiese pasar. El viejo le ordenó que, cuando dijese "saco, canta", ella debía cantar una cancioncilla para poder sacar unas monedas.
El viejo empezó a andar y a llamar puerta por puerta. En cada casa, el viejo decía: "saco, canta", y la niña cantaba:
Este pobre viejo me metió aquí
por unas pulseritas que yo perdí.
Cuando el viejo despertó, luchó y pataleó por escapar, pero estaba muy bien atado, así que cuando llegó la policía, le arrestaron y nunca, nunca más, volvió a raptar niñas con su horrible saco.
Ya no volveré a oírte contar este cuento con el que tantas veces nos dormimos... Te quiero.
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