viernes, 10 de febrero de 2012

Uno de los poemas más bonitos que conozco. Se me ha activado la fibra sensible, ésa que provoca el inconfundible y odioso picorcillo de nariz.


Quiéreme. Manifiéstate de súbito, choquémonos como por arte mágico en el Bukowski un miércoles. Pidámonos disculpas, intentemos tirar el muro gélido diciéndonos las cuatro cosas típicas, invitémonos a bebidas alcohólicas, escúchame decir cosas estúpidas y ríete, sorpréndete valorándome como oferta sólida. Y a partir de ahí, quiéreme. Acompáñame a mi triste habitáculo, relajémonos y pongamos música. De pronto, abalancémonos como bestias indómitas: mordámonos, toquémonos, gritémonos, permitámonos que todo sea válido, y sin parar follémonos. Follémonos hasta quedar afónicos, follémonos hasta quedar escuálidos. Y al otro día, quiéreme. Unamos nuestro caminar errático, descubramos restaurantes asiáticos, compartamos películas, celebremos nuestras onomásticas regalándonos fruslerías simbólicas. Comprémonos un piso, ¡hipotequémonos!, llenémoslo con electrodomésticos y regalémosle nueve horas periódicas a trabajos insípidos que permitan llenar el frigorífico, y mientras todo ocurre, sólo quiéreme. Continúa queriéndome mientras pasan espídicas las décadas dejando que nos arrojen al hospital geriátrico, inválidos, mirándonos sin más fuerza ni diálogo que el eco de nuestras vacías cáscaras. Quiéreme para que pueda decirte cuando vea la sombra de mi lápida "ojalá, ojalá como dijo aquel filósofo el tiempo sea cíclico y volvamos reencarnándonos en dos vidas idénticas". Y cuando en el umbral redescubierto de una noche de miércoles pretérita, tras chocarme contigo girándote me digas "uy, perdóname", ruego que permita el dios auténtico que recuerde el futuro de ese cántico, y anticipándolo pueda mirarte directo a los ojos y conociéndolo muy bien, sabiendo el devenir de futuras esdrújulas destrozando de un pisotón mi brújula te diga, sólo, quiéreme.

@Daniel Orviz

miércoles, 1 de febrero de 2012

Micro II

Esas pinceladas blancas no le acababan de convencer. ¿Por qué toda la corte estaba tan obsesionada en vestir esos tejidos tan brillantes? Tanto satén, tanta seda y tanta organza… ¿Para qué? Para fastidiarle, seguro.
Había pasado semanas estudiando el efecto que la luz hacía sobre las telas para dar unas pocas pinceladas. Horas de estudio resumidas en cuatro trazos. Cuatro trazos que, sin saber por qué, no le convencían en absoluto.
Qué era, ¿la disposición? ¿La blancura total? ¿Había demasiado? ¿Demasiado poco? No, todo eso parecía estar bien. De repente oyó una voz a sus espaldas.
-Una obra magnífica, como siempre.-
Velázquez se dio la vuelta sorprendido y saludó a su visitante, que se marchó en breve.
Volvió a mirar el cuadro con atención durante unos minutos y se encogió de hombros. Si el rey decía que estaba bien, debía ser verdad.